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miércoles, 15 de abril de 2015

MITO URBANO BAHIENSE



Las gárgolas del Hotel Muñiz

En todas las localidades se han tejido mitos urbanos. Aquí uno correspondiente a los albores de nuestra ciudad, dudoso de ser verdad en su totalidad; porque no hubo testigos de lo que se relata en su culminación trágica..., pero curioso. Las gárgolas están hoy a la vista de todos. A saber:

Corría principios del siglo XX. Bahía Blanca comenzaba a tomar forma de icono en el sur argentino y la ciudad se iba ampliando cada vez más. 

Con la creación del puerto de Ing. White la población fue creciendo exponencialmente y, por ende, los reclamos de los recintos típicos de ciudades importantes. 


Fue cuando se encomendaron las construcciones del Palacio Municipal contemporáneamente con la ampliación de la Catedral Nuestra Sra. de La Merced. 

En una lucha interna de los arquitectos que encararon ambos proyecto se decide traer a la catedral un conjunto de figuras desde Italia, para destacarla del edificio que se estaba construyendo frente a ella. 

Pasados 2 meses arriban a la ciudad por barco cuatro gárgolas construidas especialmente para dicho edificio. Los obreros las bajaron hacia un carromato tirado por cuatro caballos y las llevaron hasta las puertas de la catedral, que estaba en su etapa final de construcción. En la misma ya habitaban el cura local y su monaguillo, quien todos los días lo ayudaba con la ardua tarea de tocar las campanadas de cada hora. 

Los obreros comenzaron a bajar las gárgolas del carromato, con sumo cuidado para evitar daños. Misteriosamente, cuando fueron a bajar la ultima gárgola, esta no se pudo mover. 
Probaron de diferentes formas pero no lograron sacarla del carro. Esto era raro ya que las otras tres no habían supuesto un problema y, teóricamente, el peso de esta última era el mismo. La suposición lógica fue que el largo día de trabajo en cargarlas y descargarlas los había agotado, por lo que no dieron mayor importancia. 

Llegada la noche, el cura y su monaguillo se dispusieron a dormir, ya que tenían que levantarse en turnos de dos horas para tocar las campanas, como eran las costumbres de la época. 

El cura se levanto en su turno de las 4 de la mañana y toco las campanas cuatro veces. Luego se fue a dormir para esperar su próximo turno a las 6. 

Pasado algo más de media hora las campanas sonaron otra vez. El cura se despertó y vio que el monaguillo seguía dormido en el catre conjunto. Este pensó, entonces, que seria el viento que había hecho repicar el badajo, entonces siguió durmiendo. 

El campanazo de las 5 menos diez se escucho claramente y el cura estaba bien despierto. 
Le aviso a su monaguillo que no se preocupe en subir a tocar las campanas ya que el iba a hacer guardia lo que quedaba del día, porque creía que alguien podía estar haciendo alguna broma. 

El cura trepo hasta el campanario principal y se sentó a esperar. Las campanas no volvieron a sonar. 

Al otro día comentó con los vecinos lo sucedido esa noche, restándole importancia y adjudicándolo a que algunos muchachos habían estado haciendo de las suyas esa noche. 
Paralelamente los obreros trataron de descargar la gárgola del carromato, fracasando nuevamente. 

El día se paso y volvió la noche, con la rutina de los toques horarios. 
El campanazo de las 3 y cuarto fue claro y el cura trepo rápidamente al campanario a ver que sucedía. Al llegar no encontró nada, pero lo alerto el sonido de un batir de alas y a lo lejos vio una sombra que se alejaba hacia la zona de quintas de la primitiva ciudad (hoy Av. Alem). 

Raudamente bajó del campanario y comenzó a seguir aquella figura. 

Corrió desesperadamente, cruzo las quintas y el arroyo Napostá y, de pronto, se detuvo. 
Giró y comenzó a correr hacia la ciudad nuevamente. Corrió y corrió sin mirar hacia atrás. 

Al otro día, después de una larga búsqueda, el cuerpo sin vida del cura fue encontrado entre unos pastizales, con el rostro desfigurado de espanto. 
Nunca se supo el motivo de su muerte. 

Pasado un mes del hecho se continuaron las labores en la catedral y, esta vez, por razones arquitectónicas, se decidió que las gárgolas no eran correspondientes con el edificio. Casualmente para la misma época se estaba construyendo el Hotel Muñiz, aledaño a la Casa Muñiz, un edificio histórico inaugurado en 1907 que se encuentra en la esquina de Chiclana y O’higgins. 
El arquitecto del hotel decidió colocar las gárgolas descartadas en el proyecto de la catedral. A partir de ahí, las mismas se pudieron descargar sin ningún inconveniente, incluyendo la que nunca había podido ser bajada del carromato. 
Hoy en día se pueden apreciar las cuatro gárgolas en el frente del hotel, aunque la habitación en donde esta la gárgola que no se había podido descargar permanece cerrada al publico...°  

fuente: Miguel Martos (periodista bahiense).