jueves, 16 de abril de 2015

BAHIA DE PAMPA Y CALAMAR (cuento sobre un hecho verídico)

Cuento sobre un hecho verídico en honor a otrora tantos buenos momentos vividos junto a mis dos queridos protagonistas:


Si bien Bahía Blanca es una ciudad recostada a orillas de la bahía homónima, puerta y puerto de la Patagonia argentina, las costumbres de sus habitantes provienen de tierra adentro, debido a la influencia agrícola ganadera de la llanura pampeana. No es diferente en su cultura gastronómica, en la cual predomina el asado, el locro y las empanadas, seguidos de otros manjares aportados por las colectividades extranjeras. Es por tal razón que, por mucho tiempo, una de las excentricidades bahienses de sábado a la noche, fue la salida a cenar en una cantina del puerto. Allí se podía degustar productos del mar, preparados de todas las maneras posibles. Muchos bahienses disfrutaron de suculentas cazuelas de mariscos o paellas, coronando esas noches con vinos espumantes y exhibición de sus dotes de bailarines de pasodobles, cumbias y otros ritmos al compás de una orquesta hasta el amanecer.

Esa salida sabatina era anhelada y a veces, largamente esperada por las parejas de novios, pues era una opción nada económica el hecho de cenar mariscos en una cantina portuaria. Rubén y Marisa no fueron la excepción a ese deseo, y un buen día para ellos, se realizó.

Inmaculado mantel blanco con cobertor rojo cruzado, vajilla impecable, vasos y copas de distintos calibres, y el camarero que los acomoda en su mesa, bastante alejada de la entrada del local. -¡Por fin iban a probar los famosos manjares marinos! -A medida que entraba gente y se sentaba, la pareja notaba el escaso espacio que iba quedando entre mesa y mesa. Todos los comensales colgaban sus tapados y chaquetas en el respaldo de sus sillas, hecho que hacía poco menos que imposible el caminar entre las mesas.

La lectura de la carta y decisión del plato a degustar se hizo esperar bastante, dada la nula experiencia de los novios en el consumo de ese tipo de manjares. Rubén, no se animó con mariscos y pidió milanesa de carne de ternera a la napolitana con guarnición de papas fritas. Marisa amplió la porción de papas fritas, y se decidió sin mucho convencimiento pero con gran entusiasmo a un calamar relleno. Luego de una corta pero ansiosa espera, llegó la cena: El plato de Rubén, la guarnición doble y un exótico espécimen marino relleno; vaya a uno a saber de qué.

-¡Mucho gusto! -Espetó Marisa entre risas, mientras recibía el bichejo.

Buen provecho, exclamó el muchacho, a la vez que comenzaba a cortar su tentadora milanesa con jamón y queso. Mientras su novia miraba y sospechaba del calamar y su relleno, intentó clavarle el tenedor para poder cortarlo, pero el bicharraco, impregnado de aceite se resistió, abriéndose paso a patín entre las papas fritas y saltando hasta la esquina de la mesa, donde cesó su alocado y resbaloso raíd, dada la certera puñalada que le asestó Rubén. El misterioso relleno del calamar salió a tomar aire, convirtiéndose en una gran mancha de salsa roja que chorreaba desde el mantel, y a través de la pata de la mesa llegaba al suelo. -¡Por suerte no mancharon a nadie! –Exclamó un comensal vecino, no advirtiendo la cucarda del desconocido tuco que el crustáceo había dejado en su chaqueta colgada en su silla. La vergüenza de la pareja se iba convirtiendo en una carcajada continua, cuando observaban la indumentaria blanca del camarero en sus pasadas ajustadas contra su mesa, llevándose el relleno del calamar a modo de pincelada roja en el bolsillo izquierdo de su uniforme. El camino al toilette era paso obligado por “los dominios de la mancha del calamar”, en la mesa de Rubén y Marisa. Todos quienes esa noche iban al retrete, indefectiblemente quedaban bautizados con salsa.

Ya en la madrugada, mientras los novios bebían champagne, seguían jugando a descubrir señales del rojo relleno que Marisa nunca probó, cuando éste se destacaba en las prendas de alguno de quienes bailaban.

Hoy en día, ya casi no hay cantinas en el puerto. Los manjares de mariscos se preparan solamente para fiestas alusivas al mar o para semana santa. Bahía Blanca, sigue siendo una ciudad con costumbres gastronómicas tradicionales del campo. Rubén y Marisa, también.°

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