sábado, 12 de septiembre de 2020

¿SOLEDAD O LIBERTAD?

                       





Desde hace ya algún tiempo, en la red social ideal para volcar toda nuestra hipocresía (Facebook), podemos leer miles de esos afiches que pretenden partir de pensamientos reflexivos, donde se pregona la idea del desapego, de "soltár" y de libertad en las personas que están solas, como si libertad fuera el antónimo de compañía. En cada mensaje de este tipo, prevalece un trasfondo resignación y afán de explicar porque se está solo. 
Generalmente, este comportamiento se aprecia en mujeres maduras, viudas o separadas, que se escudan en esta especie de mascara, seguramente porque tienen otras tareas asignadas, como cuidar nietos o hijos que viven con ellas y a los que no se les impone el desapego, sino que mas bien, resignan su propia vida por la culpa que se auto infringen. Excusan rechazo a los hombres por malas experiencias, como si todo el mundo masculino fuese un calco.
La soledad es sinónimo de libertad si uno “elige” estar solo, lo que no quiere decir que sea libre solamente por estar solo. Y dentro de las elecciones de vida, alguien que “elige” no estar solo, casi siempre es caratulado de acompañarse de cualquiera, con tal de no estar solo. Malas noticias para ellos: Nadie se acompaña de quien no quiere!
Alguien puede gozar de la compañía de distintas personas, periódicamente o alternadamente solo por el hecho de no estar solo, pero esa no es una elección para vivir acompañado, sino que es solo una búsqueda o prueba para que ello se concrete, hasta que aparece la persona indicada; que casual y generalmente andaba en la misma búsqueda.
¿El amor? Nadie se enamora a primera vista; a nuestra edad debemos “pegar varios vistazos más”. El amor en ese periodo está latente y prevalece hasta que aflora, florece o aparece en esa compañía, cuando menos se piensa.
De modo que, sería bueno que la gente no esté sola sino eligió estarlo, y que se vuelva a dar la oportunidad de disfrutar de la libertad de estar acompañado.







viernes, 11 de septiembre de 2020

¿POR QUE EN ARGENTINA SE LLAMA NAFTA, EN LUGAR DE GASOLINA?







Si alguna vez fuiste a Brasil, México u otros países de la América hispanoparlante con tu auto naftero, es muy posible que en las estaciones de servicio no te hayan entendido cuando, justamente, pediste que te carguen el tanque con nafta. Claro, allá ese líquido azul que alimenta los motores de nuestro coche se llama “gasolina”.
¿Cuál es la diferencia entonces?
En realidad, la nafta es nafta siempre, llámese gasolina o no. La diferencia es nada más que lingüística. En la antigüedad, los líquidos aceitosos e inflamables eran conocidos con la palabra griega naphtha, que viene del árabe naft, literalmente “petróleo”. Y así llegó a nuestro país, donde le dimos el nombre de nafta junto con Uruguay y Paraguay.
Gasolina viene del inglés gasoline, una palabra muy probablemente derivada de “Cazeline” o “Gazeline”, que eran marcas de lámparas de aceite. Debido a la cercanía con Estados Unidos, los países al norte de la región tomaron entonces la palabra gasolina para referirse a la nafta. En Chile, por otro lado, se utiliza directamente la palabra “bencina”, nombre de otro compuesto químico inflamable.
Probablemente, nuestra adopción a esa palabra proviene por haber hecho nuestro país, el primer contrato internacional de hidrocarburos, con la Union Sovietica, donde alli, nafta es la comun palabra para pedirla.
Así que ya sabés, si estás de viaje y necesitas nafta, tal vez tengas que pedirlo de otra manera. Pero no te preocupes, tu auto te lo va a agradecer por más diferencias de lenguaje que haya.

LEYENDA DE TERROR EN BAHIA BLANCA: LAS GÁRGOLAS DEL HOTEL MUÑIZ





En todas las ciudades y pueblos corren leyendas e historias fantasticas correspondientes a lugares y personas conocidas del ambiente local. 
Les dejo debajo la leyenda de las Gargolas del Hotel Muñiz. Para quienes conocen Bahia Blanca, sabran de que lugar hablo, aunque seguramente pocos conozcan esta historia... real? 
Corría principios del siglo XX. Bahía Blanca comenzaba a tomar forma de icono en el sur argentino y la ciudad se iba ampliando cada vez más. 
Con la creación del puerto de Ing. White la población fue creciendo exponencialmente y, por ende, los reclamos de los recintos típicos de ciudades importantes. 
Fue cuando se encomendaron las construcciones del Palacio Municipal contemporáneamente con la ampliación de la Catedral Nuestra Sra. de La Merced. 
En una lucha interna de los arquitectos que encararon ambos proyectos, se decide traer a la catedral un conjunto de figuras desde Italia, para destacarla del edificio que se estaba construyendo frente a ella. 
Pasados 2 meses arriban a la ciudad por barco cuatro gárgolas construidas especialmente para dicho edificio. Los obreros las bajaron hacia un carromato tirado por cuatro caballos y las llevaron hasta las puertas de la catedral, que estaba en su etapa final de construcción. En la misma ya habitaban el cura local y su monaguillo, quien todos los días lo ayudaba con la ardua tarea de tocar las campanadas de cada hora. 
Los obreros comenzaron a bajar las gárgolas del carromato, con sumo cuidado para evitar daños. Misteriosamente, cuando fueron a bajar la ultima gárgola, esta no se pudo mover. 
Probaron de diferentes formas pero no lograron sacarla del carro. Esto era raro ya que las otras tres no habían supuesto un problema y, teóricamente, el peso de esta última era el mismo. La suposición lógica fue que el largo día de trabajo en cargarlas y descargarlas los había agotado, por lo que no dieron mayor importancia. 
Llegada la noche, el cura y su monaguillo se dispusieron a dormir, ya que tenían que levantarse en turnos de dos horas para tocar las campanas, como eran las costumbres de la época. 
El cura se levanto en su turno de las 4 de la mañana y toco las campanas cuatro veces. Luego se fue a dormir para esperar su próximo turno a las 6. 
Pasado algo más de media hora las campanas sonaron otra vez. El cura se despertó y vio que el monaguillo seguía dormido en el catre conjunto. Este pensó, entonces, que seria el viento que había hecho repicar el badajo, entonces siguió durmiendo. 
El campanazo de las 5 menos diez se escucho claramente y el cura estaba bien despierto. 
Le aviso a su monaguillo que no se preocupe en subir a tocar las campanas ya que el iba a hacer guardia lo que quedaba del día, porque creía que alguien podía estar haciendo alguna broma. 
El cura trepo hasta el campanario principal y se sentó a esperar. Las campanas no volvieron a sonar. 
Al otro día comentó con los vecinos lo sucedido al la noche, restándole importancia y adjudicándolo a que algunos muchachos habían estado haciendo de las suyas esa noche. 
Paralelamente los obreros trataron de descargar la gárgola del carromato, fracasando nuevamente. 
El día se paso y volvió la noche, con la rutina de los toques horarios. 
El campanazo de las 3 y cuarto fue claro y el cura trepo rápidamente al campanario a ver que sucedía. Al llegar no encontró nada, pero lo alerto el sonido de un batir de alas y a lo lejos vio una sombra que se alejaba hacia la zona de quintas de la primitiva ciudad (hoy Av. Alem). 
Raudamente bajó del campanario y comenzó a seguir aquella figura. 
Corrió desesperadamente, cruzo las quintas y el arroyo Napostá y, de pronto, se detuvo. 
Giró y comenzó a correr hacia la ciudad nuevamente. Corrió y corrió sin mirar hacia atrás. 
Al otro día, después de una larga búsqueda, el cuerpo sin vida del cura fue encontrado entre unos pastizales, con el rostro desfigurado de espanto. 
Nunca se supo el motivo de su muerte. 
Pasado un mes del hecho se continuaron las labores en la catedral y, esta vez, por razones arquitectónicas, se decidió que las gárgolas no eran correspondientes con el edificio. Casualmente para la misma época se estaba construyendo el Hotel Muñiz, aledaño a la Casa Muñiz, un edificio histórico inaugurado en 1907 que se encuentra en la esquina de Chiclana y O’higgins. 
El arquitecto del hotel decidió colocar las gárgolas descartadas en el proyecto de la catedral. A partir de ahí, las mismas se pudieron descargar sin ningún inconveniente, incluyendo la que nunca había podido ser bajada del carromato. 
Hoy en día se pueden apreciar las cuatro gárgolas en el frente del hotel, aunque la habitación en donde esta la gárgola que no se había podido descargar permanece cerrada al publico... 
Fuentes: 
La historia la escuche en el programa de radio local "Maldicion, llego el verano" por el año 1996 y la reconstrui de acuerdo a lo que recordaba. Supongo que el credito lo merecen Luis Sagasti, Mario Ortiz y Miguel Martos, conductores del programa en cuestion. 
Las fotos las encontre en el Google.

jueves, 10 de septiembre de 2020

¿POR QUE LA BIBLIA Y EL CALEFÓN?






El famoso tango Cambalache, compuesto en 1935 por Enrique Santos Discépolo, describe aún hoy la moral argentina, la ilimitada producción de contradicciones, de injusticias, de estrafalarias coincidencias y de tristes calamidades del mundo social y político que conforman nuestro modo de vida.
Uno de sus versos más pintorescos y misteriosos dice:
"…y herida por un sable sin remache,
ves llorar la Biblia junto a un calefón…"
De donde la expresión ‘la Biblia y el Calefón’ se usó para titular libros, programas de televisión (como el del gran Jorge Ginzburg) y tantas otras especies de lo cultural típicamente argentino.
Sin embargo, muchos no pueden explicar con alguna precisión en qué consiste la imagen de una Biblia junto a un calefón.
Para algunos es simplemente la imagen de una contradicción, de una vidriera de cambalache, donde los objetos comparten un espacio y en éste se distribuyen –o se acomodan- de modo caótico, del mismo modo que se acomodan las cosas y los personajes en nuestra criolla realidad.
Pero esta explicación simple no cubre el significado de la forma ‘herida por un sable sin remache’.
Entonces, he aquí otra explicación, más atinada, donde se entrevé un poco más claro el espíritu hiperbólico del gran poeta de nuestro tango, Discepolín.
Según el autor del blog http://chiwulltun.blogspot.com.ar/ se llamaba "Sable sin remache" a un gancho donde se colgaba el papel higiénico al lado del inodoro.
La historia de la expresión tiene relación con los servicios higiénicos, baños, la higiene personal y la forma de realizarla allá por los inicios del siglo XX.
Un par de datos antes de arremeter la acometida semiótica:
Hasta finales del Siglo XIX en las casas de Buenos Aires se utilizaban bacinillas, también llamadas ‘tazas de noche’ (aquí en el Norte les llamamos pelelas) cuyos contenidos eran arrojados por las ventanas al grito de “¡agua va!”, y antes de ello las letrinas estaban ubicadas en los fondos de las casas, como es uso en el campo.
En Buenos Aires, coexistieron bacinillas y letrinas hasta principios del siglo XX, época en que las familias más acomodadas comenzaron a instalar baños. Luego el uso de baños se generalizó y se empezó a construirlos en todas la viviendas, aún en las más modestas.
El sencillo gabinete higiénico constaba al menos del retrete y el lavabo, y algunos también tenían una ducha. Y consecuentemente, si había una ducha era necesario calentar el agua, así al lado de la ducha se instalaba un calefón.
Por otra parte, el papel higiénico era más bien un objeto suntuario en las casas de Buenos Aires de aquellos años. No estaba al alcance del poder adquisitivo de todas las familias, las cuales se veían en la obligación de usar, para ese infame fin, papeles de otros ámbitos comerciales.
De ahí que se usaba papel de diario, y algunos otros más suaves y sedosos como los envoltorios de las manzanas y peras que aquellos sensibles usuarios buscaban en verdulerías y fruterías.
Por supuesto, el papel de arroz con que se imprimían libros, entre ellos la Biblia, era también usado por su suavidad.
Y aquí entra la Sociedad Bíblica Argentina, que por los primeros años del siglo pasado se abocó a la misión de difundir la Biblia Protestante, como si fuera una nueva Vulgata, que intentaba llegar a la mayor cantidad de lectores, por lo cual regalaba los ejemplares. Aún hoy lo sigue haciendo.
Pues muchos de los habitantes de Buenos Aires deben de haber parecido devotos creyentes, ya que aceptaban de continuo esas biblias obsequiadas y que, siendo mayoría la grey católica, lo mismo pasaban y retiraban la Biblia protestante tantas veces como sabían que la Sociedad las tenía en obsequio en las calles, plazas o en su sede central.
Sin embargo, cuentan fuentes lunfardas, que quienes obtenían esas Biblias, les perforaban una tapa y las colgaban en un gancho de alambre, el “sable sin remache” al lado del calefón, cerca del retrete, e iban arrancando las suaves hojas para usarlas como papel higiénico. En este hecho se habría inspirado Enrique Santos Discépolo para decir con elegancia propia de un grande, y reflejar con ello nuestra condición pagana de sacrificar lo sagrado en función de la necesidad:
"Igual que en la vidriera irrespetuosa
de los cambalaches se ha mezclao la vida,
y herida por un sable sin remache,
ves llorar la Biblia junto a un calefón.”